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Autor Tema: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.  (Leído 29692 veces)

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Desconectado JamesCG

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #60 en: Junio 26, 2014, 16:09 Horas »
http://t.co/fPFJHI5GbX

Para el que tenga tiempo, que se lea esta entrevista a Engonga. Merece la pena.

Habla un poco de Ramón Vázquez y del Sevilla de Bilardo.
"... En el último partido ganamos 1-0 al Sevilla, pero bajamos a segunda. Fue uno de los peores recuerdos que tengo de mi carrera porque encima lesioné a Ramón. Era una jugada en la que ni siquiera me tiré al suelo, le di en la rodilla con la rodilla y le rompí el cruzado. Él había firmado con el Deportivo al año siguiente, con Lendoiro, y nunca volvió a ser el mismo. Le fastidié la carrera. Siempre que lo recuerdo me da coraje. Recuerdo a Manolo Jiménez en el descanso gritándome que había hundido a su amigo. Yo solo decía que no le había tocado. Con el tiempo, cuando ves que no se recupera… creo que fue lo peor que he vivido en el fútbol. Hasta me cuesta contarlo ahora. Tampoco he podido hablar nunca de esto con él, no sé si por falta de valor por mi parte, pero me sabe fatal."

" -También jugaste con el Maradona del Sevilla de Bilardo.

 -Nos echó Díaz Vega, qué buen árbitro (risas), a tres o cuatro. A los tres yugoslavos y a mí. La verdad es que fue un partido complicado, bronco. No por culpa del Sevilla de Bilardo, sino porque éramos dos equipos fuertes, duros de pelar. Aunque los jugadores del Celta nos sentimos ninguneados por el árbitro. Y Maradona me pareció un muy buen futbolista, no hizo un partido de estos que ves por la tele y suspiras, pero es que era un tío que caminando hacía lo que yo corriendo diez kilómetros. Le veías y decías: si es que da igual. "

Desconectado Jose Luis Bueno

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #61 en: Junio 26, 2014, 16:26 Horas »
"... En el último partido ganamos 1-0 al Sevilla, pero bajamos a segunda. Fue uno de los peores recuerdos que tengo de mi carrera porque encima lesioné a Ramón. Era una jugada en la que ni siquiera me tiré al suelo, le di en la rodilla con la rodilla y le rompí el cruzado. Él había firmado con el Deportivo al año siguiente, con Lendoiro, y nunca volvió a ser el mismo. Le fastidié la carrera. Siempre que lo recuerdo me da coraje. Recuerdo a Manolo Jiménez en el descanso gritándome que había hundido a su amigo. Yo solo decía que no le había tocado. Con el tiempo, cuando ves que no se recupera… creo que fue lo peor que he vivido en el fútbol. Hasta me cuesta contarlo ahora. Tampoco he podido hablar nunca de esto con él, no sé si por falta de valor por mi parte, pero me sabe fatal."

" -También jugaste con el Maradona del Sevilla de Bilardo.

 -Nos echó Díaz Vega, qué buen árbitro (risas), a tres o cuatro. A los tres yugoslavos y a mí. La verdad es que fue un partido complicado, bronco. No por culpa del Sevilla de Bilardo, sino porque éramos dos equipos fuertes, duros de pelar. Aunque los jugadores del Celta nos sentimos ninguneados por el árbitro. Y Maradona me pareció un muy buen futbolista, no hizo un partido de estos que ves por la tele y suspiras, pero es que era un tío que caminando hacía lo que yo corriendo diez kilómetros. Le veías y decías: si es que da igual. "

Y hay algunas respuestas más que merecen mucho la pena. Con lo de Simeone es para partirse. Y lo de Djalmina, vaya crack, tal y como la mayoría nos lo imaginábamos.

Y Simeone.

Siempre me gustó jugar contra él. Tíos aparte de buenos, fuertes, que no te vuelven la cara, que no van de mentira, que no te van a dar una colleja cuando te descuides. Una vez no sé qué pasó que le dio a alguien, le fui a protestar y cuando me vio llegar, me puso la mano delante y me dijo textualmente: «Si venís a inflar las bolas, hasete humo». Me quedé así, callado. Dije un exabrupto, giré y me fui pensando ¿qué me ha dicho? Me quedé como si me hubiera hablado en inglés o algo así. Yo esperaba insultos y me encontré eso, me rompió.

Roa.

Roa, Roa… cuando jugamos contra el Madrid que se fue la luz en el Luis Sitjar, le digo al Lechuga en el vestuario: «Ten cuidado con Raúl si se queda solo  —que era algo muy factible— que le gusta mucho amagar y tirarte una vaselina». Su famosa jugada, la cuchara. Y Roa me dice: «vale, vale, bien». Me doy la vuelta y me viene Roa otra vez: «¿Y ese qué número tiene?» (risas). Empezamos a jugar y al rato en un córner, coge a Raúl y me dice: «¿Es este, no?» (risas). Vivía en su propio mundo, no se preocupaba de los contrarios. El entrenador de porteros, Basigalup, no paraba de ponerles vídeos y estadísticas y a él le entraba por un oído y le salía por otro.

Djalminha.

Un mago. Era el fútbol de la calle. Total. Malencarado. Yo tenía unas trifulcas con él… Se reía de ti. Me recordaba al listillo del barrio que te regateaba y acababas dándole una patada en la cara. Era imposible jugar contra él, yo le he quitado balones a Zidane, pero a él, imposible. Y se reía de ti, ya te digo. Te daban ganas de matarlo. Siempre tenía alguna con alguno en todos los partidos. En España, en todo el tiempo que estuvo él, se escribió mucho de Rivaldo y Zidane, pero poco de Djalminha para lo que era. No he coincido nunca con él después de jugar, pero si le viera le daría un abrazo.

(Zidane)

El día que nos echa Francia de la Eurocopa de 2000, estábamos Helguera y yo sentados en el banquillo. Ellos pegaron un cambio de orientación y le cayó el balón a Zidane. Camacho le dijo Míchel Salgado: «Dale, dale». Míchel intentó apretarlo y según llegó a su altura, Zidane la paró con una y se la pasó al otro pie, y Míchel detrás, de ahí la puso otra vez en el otro, Míchel detrás, y de ahí al otro y la sacó jugando. Míchel ahí seco, Camacho se calló. Y Helguera y yo nos miramos diciendo: «joooooder». Cuando jugabas contra él en lo que te fijabas era en su forma de hacer las cosas. Le podías tirar una piña que tranquilamente la pillaba. Otra gente la ves que se remanga, salta. Y él, nada.

Desconectado Jose Luis Bueno

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Re: JOT DOWN. ARTICULOS DEPORTIVOS.
« Respuesta #62 en: Julio 12, 2014, 12:49 Horas »
http://www.jotdown.es/2014/07/cinco-goles-como-cinco-orgasmos-o-por-que-se-me-va-la-vida-con-el-futbol/

Pedazo de artículo que ya estáis tardando en leer. Un homenaje al fútbol, al Dépor y sobre todo a lo que sentimos los aficionados. Todos os veréis reflejados en cada escena que narra.

Merece muchísimo la pena.

Desconectado RED SKIN

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Re: JOT DOWN. "San Francisco Dons: cuando la dignidad vale más que la victoria"
« Respuesta #63 en: Septiembre 09, 2014, 23:50 Horas »
San Francisco Dons: cuando la dignidad vale más que la victoria



Imaginen un grupo de jugadores de fútbol americano que han jugado la temporada de sus vidas. Están a punto de alcanzar la gloria en el equipo de una universidad que nunca antes —ni nunca después— tuvo ocasión de conseguir logros importantes en el competitivo mundo del deporte preprofesional estadounidense. Imaginen también lo que debieron de sentir cuando, a causa de los estúpidos prejuicios que a veces imperan en nuestras sociedades, se les puso en una dolorosa disyuntiva: renunciar a sus sueños deportivos o aceptar la idea de que dos de sus compañeros fuesen apartados del equipo, y por el único motivo de tener un color distinto de piel. Imaginen el momento en que el vestuario de un joven equipo como aquel se transformó en un tribunal moral donde había que tomar una decisión con todo el país pendiente de ellos. ¿Queremos la dignidad o queremos la victoria? En su época casi nadie les iba a culpar por tomar el camino fácil y deshacerse de aquellos dos jugadores. Lo contrario significaba renunciar al producto de meses y meses de duro esfuerzo y justo al final de una temporada impresionante.

Viajamos a 1951. Los Dons, equipo de la Universidad de San Francisco, siempre fueron una escuadra modesta. Durante sus primeras tres décadas de existencia, entre 1917 y 1950, jamás habían ganado un título regional, ni mucho menos una distinción nacional. En el fútbol universitario estadounidense, conseguir un trofeo era algo extraordinariamente difícil: muchos equipos y unas cuantas universidades poderosas que solían acaparar a buena parte de los mejores jugadores, dejando las migajas a los pequeños. Y los San Francisco Dons pertenecían al grupo de los pequeños. Por no tener, el fútbol universitario ni siquiera tenía un campeonato nacional reglamentado. Pero después de cada temporada tenía lugar una serie de partidos que usualmente se jugaban a principios de enero y cuyos organizadores invitaban a los que consideraban los mejores equipos de la temporada regular. Estos eran los llamados trofeos post season, o de final de temporada, lo más parecido a un título nacional que existía en el fútbol universitario. En 1951 se celebraban seis de estos trofeos (Orange Bowl, Sugar Bowl, Rose Bowl, Sun Bowl, Cotton Bowl, Gator Bowl) y casi todos ellos se celebraban en el sur, donde la fiebre del fútbol era mucho mayor. Dato a tener en cuenta, porque las leyes de segregación racial todavía estaban vigentes en buena parte de la región. A falta como decimos de un campeonato nacional oficial, estos partidos servían para ayudar a designar un equipo «campeón», elegido por aclamación mediante encuestas, de manera parecida a la elección del Balón de Oro en el fútbol europeo. Estos trofeos, decididos a un partido, eran el botín más cotizado para cualquier escuadra universitaria. Eran el pasaporte a la gloria. En 1951 solamente doce equipos iban a ser invitados y teniendo en cuenta el número de equipos que iniciaban la temporada, llegar a disputar y ganar uno de estos trofeos resultaba extraordinariamente difícil. No pensemos que estos partidos universitarios se celebraban ante un puñado de padres y unas cuantas animadoras, no. Eran eventos deportivos de primera magnitud, disputados en granes estadios y que recibían (y reciben) la atención de toda la prensa estadounidense. No eran muy diferentes a una final de Champions League.

Para los Dons de la Universidad de San Francisco, de hecho, llegar allí nunca había parecido difícil… sino sencillamente imposible. Tradicionalmente, jamás habían pasado de ser un equipo mediocre. Su triste palmarés, o más bien la ausencia de él, los había convertido en la Cenicienta y el hazmerreír de las universidades rivales en el área de San Francisco. Los dos principales equipos vecinos, Santa Clara y Saint Mary, sabían lo que era jugar algunas grandes temporadas y llegar a los trofeos post season. El equipo de Santa Clara acumulaba dos trofeos de la Sugar Bowl. Por su parte, en Saint Mary podían presumir de haber ganado una edición de la Cotton Bowl y de haber sido finalistas en otros dos eventos. Pero en las vitrinas de los Dons, como ya hemos dicho, se acumulaban las telarañas. Nunca habían estado en un partido de final de temporada, ni se les esperaba. Los jugadores de la universidad de San Francisco tenían que conformarse con ver desde la grada cómo sus dos equipos vecinos coqueteaban con la gloria futbolística. En 1949, para colmo, el equipo de Santa Clara hizo otra gran temporada, culminada gloriosamente al ganar la Orange Bowl en un estadio abarrotado por 65.000 espectadores en Miami. Los pobres Dons se vieron todavía más empequeñecidos. Pero eso no era todo. Por si no fuese suficiente con los complejos adquiridos frente a las universidades vecinas, los problemas presupuestarios en la Universidad de San Francisco habían situado al equipo de fútbol en el umbral de la desaparición. La dirección de la Universidad decidió que no había dinero suficiente para mantener íntegra la sección deportiva, que se necesitaba hacer recortes, y el escasamente exitoso equipo de fútbol, claro, iba a ser la principal cabeza de turco. En 1951 los San Francisco Dons iban a jugar su última temporada.

Y eso que durante los dos años anteriores el equipo había dado muestras de considerable mejoría. Precisamente en aquel año 1951, el último que iban a disputar, los Dons consiguieron finalmente reunir un equipo como el que nunca habían tenido y nunca volverían a tener: un equipo capaz de competir con los mejores. El entrenador del equipo, Joe Kuharich, era un viejo lobo de mar que había jugado algunas temporadas en la NFL, aunque había destacado más como jugador universitario en el importante equipo de Notre Dame, cuyo entrenador lo había definido como «uno de los jugadores más listos que he tenido jamás a mis órdenes». Kuharich, efectivamente, era muy listo. Aquel era su cuarto año como entrenador en San Francisco y se las había arreglado para convertir el equipo perdedor que había heredado de su predecesor en una escuadra cada vez más peligrosa, que llevaba dos temporadas ganando más partidos de los que perdía, todo un logro en una universidad modesta. Y lo había conseguido gracias a su tremendo instinto para elegir a sus chicos: algunos de los jugadores que resultaron ser los mejores en aquel equipo ni siquiera habían jugado al fútbol en el instituto, o bien habían sido rechazados por equipos anteriores. Pero Kuharich no se dejaba llevar por lo que decía el historial deportivo de cada alumno. Él tenía un don natural para detectar el talento y seleccionó cuidadosamente un plantel que, aunque hecho aparentemente de retales, terminó siendo una escuadra verdaderamente temible. Y antes de iniciarse aquella última temporada ya sabía que tenía algo especial entre manos. El tiempo, hemos de decir, le daría la razón: nueve de aquellos jugadores darían el salto a la NFL —siendo incluidos en el draft de la liga profesional al finalizar aquella temporada—, incluso tres de ellos terminarían en el Salón de la Fama del fútbol americano al finalizar sus carreras. Un pequeño repaso a algunos de los nombres que Kuharich tenía en el equipo puede darnos una buena idea.




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Desconectado RED SKIN

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Re:Bill Laimbeer, el hombre más odiado de Portland.
« Respuesta #64 en: Enero 27, 2015, 13:41 Horas »


Sin Isiah Thomas en el campo, los Pistons atacan como pollos sin cabeza. Al contrario de lo que pasara en el primer partido de las finales de 1990, cuando los Portland Trail Blazers se vinieron abajo lamentablemente en los últimos minutos, ahora son los Pistons los que se ven entre la espada y la pared: después de tener el partido ganado en el tiempo reglamentario y de nuevo en la prórroga, un parcial de 0-6 les coloca dos puntos por debajo cuando apenas quedan nueve segundos por jugarse.

El encargado de sacar es Mark Aguirre y, como no sabe a quién dársela, se la pasa al más alto, a Bill Laimbeer, un pívot que supera los 2,10 y es famoso por su tosquedad y su aspereza —por llamarla de alguna manera— defensiva. A Laimbeer le defiende Clyde Drexler, un escolta, y hay una razón para ello: aparte de repartir codazos y pegarse con todo el equipo rival hasta conseguir sacar a los cinco jugadores de sus casillas, el pívot criado en Chicago, familia adinerada, clásico midwestern, lleva cinco triples en lo que llevamos de partido, dos de ellos, en apariencia decisivos, en la prórroga.

Con todo, la jugada no parece pensada para Laimbeer porque entonces no habría recibido tan pronto el balón. Más bien parece que Laimbeer es solo un punto intermedio para que la pelota acabe llegando a Joe Dumars o quizás a James Edwards en el poste bajo, en busca de uno de sus lanzamientos a la media vuelta. El resultado es 102-104 para Portland en el alborotado Palace de Auburn Hills, donde los Pistons no han perdido un solo partido de play-off en dos años, y Laimbeer parece ponerse nervioso: mira los alocados movimientos de sus compañeros pero ninguno consigue desmarcarse, el tiempo pasa y hay que hacer algo, así que bota torpemente, se escora un poco hacia su izquierda y lanza desde algo así como ocho metros y medio.

La pelota entra con la violencia habitual en esta clase de tiros, casi maltratando la red. Rick Adelman, entrenador de Portland desde que sustituyera a Mike Schuler, el «amigo» de Fernando Martín, se lleva las manos a la cabeza desesperado. Se lo imaginaba. No de esta manera, pero se lo imaginaba. Tenía que volver a ser el descerebrado de Laimbeer el que le fastidiara la final, el que echara abajo la lucha de su equipo durante todo el partido.


Sin Isiah Thomas en el campo, los Pistons atacan como pollos sin cabeza. Al contrario de lo que pasara en el primer partido de las finales de 1990, cuando los Portland Trail Blazers se vinieron abajo lamentablemente en los últimos minutos, ahora son los Pistons los que se ven entre la espada y la pared: después de tener el partido ganado en el tiempo reglamentario y de nuevo en la prórroga, un parcial de 0-6 les coloca dos puntos por debajo cuando apenas quedan nueve segundos por jugarse.

El encargado de sacar es Mark Aguirre y, como no sabe a quién dársela, se la pasa al más alto, a Bill Laimbeer, un pívot que supera los 2,10 y es famoso por su tosquedad y su aspereza —por llamarla de alguna manera— defensiva. A Laimbeer le defiende Clyde Drexler, un escolta, y hay una razón para ello: aparte de repartir codazos y pegarse con todo el equipo rival hasta conseguir sacar a los cinco jugadores de sus casillas, el pívot criado en Chicago, familia adinerada, clásico midwestern, lleva cinco triples en lo que llevamos de partido, dos de ellos, en apariencia decisivos, en la prórroga.

Con todo, la jugada no parece pensada para Laimbeer porque entonces no habría recibido tan pronto el balón. Más bien parece que Laimbeer es solo un punto intermedio para que la pelota acabe llegando a Joe Dumars o quizás a James Edwards en el poste bajo, en busca de uno de sus lanzamientos a la media vuelta. El resultado es 102-104 para Portland en el alborotado Palace de Auburn Hills, donde los Pistons no han perdido un solo partido de play-off en dos años, y Laimbeer parece ponerse nervioso: mira los alocados movimientos de sus compañeros pero ninguno consigue desmarcarse, el tiempo pasa y hay que hacer algo, así que bota torpemente, se escora un poco hacia su izquierda y lanza desde algo así como ocho metros y medio.

La pelota entra con la violencia habitual en esta clase de tiros, casi maltratando la red. Rick Adelman, entrenador de Portland desde que sustituyera a Mike Schuler, el «amigo» de Fernando Martín, se lleva las manos a la cabeza desesperado. Se lo imaginaba. No de esta manera, pero se lo imaginaba. Tenía que volver a ser el descerebrado de Laimbeer el que le fastidiara la final, el que echara abajo la lucha de su equipo durante todo el partido.


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